Vi como su sombra se perdía escalera arriba hacia el
despacho de mi padre, no entendía como pudo conocer mi nombre, que yo recordase
en ningún momento se lo había dicho y tampoco él había preguntado, quizás lo
adivinó gracias a la intrusión que había hecho en mi interior o eso quería
pensar pues el otro pensamiento que me rondaba no me hacía la menor gracia.
Sacudí mi cabeza y suspiré, lo mejor era no pensar en eso,
sólo había sido un encuentro fortuito con un completo desconocido, que por otra
parte era el protagonista de mis sueños desde hacía meses, pero seguramente no
volvería a cruzármelo más en la vida y seguro que él no estaría dándole tantas
vueltas al tema como yo.
Mientras seguía sumida en mis pensamientos, el reloj del
vestíbulo comenzó a dar la hora, lo que hizo que saliera de mis pensamientos y
volviera a la realidad, eran las 9 ya y de seguro que Geibel habría ido a
buscarme y estaría hecho un basilisco al encontrar mi habitación vacía; maldije
en voz alta por mi retraso y mi despiste y comencé a correr hacia mi
habitación, esperaba que aún no fuese llegado porque si no me caería un buen
sermón, como cada vez que me descubría en mis salidas furtivas; llegué a la
puerta y sonreí para mis adentros, “genial parece que hoy se le han pegado las
sabanas”, abrí la puerta, entré a mi habitación y la cerré, pero de repente
escuché una voz enfadada a mis espaldas:
-Bianca, ¿se puede saber dónde estabas?
“Mierda, me pilló”
Me giré y le lancé una sonrisa al propietario de esa dulce
voz con cariño
-Tranquilo Geibel, solo salí a pasear bosque
El me miró con cara de pocos amigos
- Sabes que no me gusta que vayas sola por el bosque y menos
sin avisarme
Puse los ojos en blanco y me giré a recoger mis cosas
mientras se disponía a narrar el mismo sermón de siempre me daba cuando hacía
mis paseos matutinos.
A pesar de solo ser un año más grande que yo, Geibel se
había convertido en mi guardaespaldas personal por orden de mi padre. Desde
pequeños siempre habíamos estado juntos, éramos inseparables desde la guardería
y con el paso de los años nos habíamos convertido en los mejores amigos, aunque
ambos considerábamos nuestra relación más que una simple amistad, para mí él
era un hermano. Siempre había deseado
poder tener un hermano en quién poder apoyarme y confiar y en él había
encontrado eso; siempre podía confiar en él, contarle mis temores y mayores
secretos y acudir a él cuando necesitaba animarme o simplemente necesitaba
consuelo y él hacía exactamente lo mismo conmigo por eso mi padre consideró
que era la persona idónea para
protegerme de los posibles peligros y también porque sabía que no aceptaría a mi lado a nadie más que a
Geibel ya que no me gustaba lo más
mínimo el que me vigilaran extraños .
-Bianca, ¿estás escuchando lo que te estoy diciendo o le
estoy hablando al aire?
Me volví hacia él y pude ver ante mí a un muchacho de 21
años de 1,80, delgado y de tez pálida. Eso era una de las cosas por la que
sentía tan unida a él, porque dentro de nuestro clan sólo él y yo poseíamos esa
piel y eso nos hacía sentirnos diferentes al resto y por tanto algo excluidos,
posé mis ojos en los suyos de color azul agua y le dediqué una gran sonrisa de
nuevo.
-Te estoy escuchando, pero ya me sé tu discurso de memoria
tete, tranquilo no me ha pasado nada, sabes que siempre ando con cuidado, así
que no sé porqué te preocupas tanto.
-Me preocupo porque soy tu guardaespaldas, mi deber es
protegerte Bianca por eso debes decirme al menos que vas a salir, si te llega a
pasar algo y yo no estoy contigo tu padre me mata.
-No seas como papá por favor, tengo 20 años y creo que ya
soy lo suficiente mayorcita para cuidarme sola.
Geibel alzó la ceja,
puso cara de pocos amigos y me replicó
-¿Con que eres mayorcita para cuidarte tu sola no? Pues
vamos a ver cómo te cuidas cuando Víctor sepa de tu escapada matutina.
-¿No serás capaz de contárselo a mi padre verdad?- Le dije
El puso una sonrisa y me respondió
– No me tientes
Bianca, sabes que soy capaz, es mi deber.
Me puse tensa con su respuesta, si le contaba a papá mi
escapada no le haría nada de gracia; odiaba que saliera sola a los sitios desde
que mamá murió y aunque sabía que lo hacía por mi seguridad odiaba eso y sabía
que me caería una buena bronca por mis escapadas.
Ese miedo se debió reflejar en mi rostro pues el semblante
de Geibel cambió y puso cara de preocupación.
-Tranquila, sabes que no le diré nada, como siempre, pero
debes avisarme al menos de que vas a salir, me diste un susto de muerte cuando
vine por ti para desayunar y encontré tu habitación vacía.
Volví a sonreírle y me acerqué hacia él, me puse de
puntillas y le di un beso en la mejilla.
-No te preocupes, la próxima vez te avisaré no volveré a
preocuparte, te lo prometo.
El suspiró y me devolvió el beso y de repente me abrazó
mientras me decía entre risas.
-No sé como lo haces enana, pero siempre consigues salirte
con la tuya y convencerme
- Bueno supongo que eso será porque soy tu hermana menor y
consentida- le respondí entre risas
- Supongo que será por eso- dijo mientras me soltaba y cogía
la mano- anda vamos, que llegamos tarde al desayuno.
Mientras tanto en el despacho de Víctor…
“Toc, toc”
-Pasen- espetó Víctor con autoridad desde su escritorio
Era un hombre alto, de unos 40 años, pero su aspecto estaba
envejecido y aparentaba más edad, tenía el pelo color ébano como su hija pero
unas vetas plateadas se lo aclaraban, era de constitución alta y delgada pero
complexión fuerte y ágil; sus ojos poseían un intenso tono caoba. A pesar de
tener ese aspecto envejecido su mirada era intimidante, transmitía una fuerza y
una autoridad que hacía que todo el que se encontrase en su presencia tuviese
respeto hacia él.
Se abrió la puerta y entró uno de los guardias del castillo
con mirada gacha; Víctor siempre causaba ese respeto en todo el clan, sobretodo
en la guardia, ya que todos conocían las historias que circulaban sobre él y
las batallas que había librado contra los Hijos del Sol y sentían una profunda
admiración hacia su persona.
-Señor- dijo el guardia con tono firme- ha llegado al
castillo un joven que pide urgentemente hablar con usted, dice que es un asunto
de vital importancia.
Víctor levantó la mirada del escritorio y la posó en el
guardia
-¿Un joven?, interesante hazle pasar de inmediato, veamos
que tiene que decirme con tanta urgencia que no puede esperar hasta más tarde.
-Cómo ordene señor- Respondió el guardia, se giró y cerró la
puerta tras de sí mientras iba a por el muchacho.
Mientras el guardia regresaba con el misterioso e inesperado
visitante, Víctor se levantó del escritorio y se dirigió hacia la ventana
mientras iba sumido en sus pensamientos, anoche había tenido conocimiento que
el subclan de Australia había sido atacado, al principio pensaron que había
sido un ataque perpetrado por los Hijos del Sol pero había algo que no
cuadraba, estos solían atacar al atardecer casi siempre, era el momento del día
en el cuál su poder mágico era más fuerte y siempre lo hacían con su fuego e
intentaban hacer el menor daño posible, sólo capturaban a los hijos de la Luna
y evitaban matar salvo que fuese estrictamente necesario, pero este ataque
había sido diferente, había sido una masacre auténtica, no había habido
supervivientes y cuando los refuerzos habían llegado se habían encontrado con
una escena de lo más macabra, la fortaleza estaba totalmente cubierta sangre y
los cuerpos de los guardias estaban mutilados y despedazados, como si fuesen
sido atacados por fieras salvajes, eso sólo podía significar una cosa, pero era
imposible, ellos habían desaparecido hacían décadas, era imposible que
siguiesen vivos..
Un golpe en la puerta lo sacó de sus oscuros pensamientos.
- Adelante
Se abrió la puerta y un muchacho de unos 20 años, pelo
plateado y ojos color esmeralda entro por ella, cerrándola tras de si.
-Hola Víctor, ¿te acuerdas de mí?, creo que no, la última
vez que me viste apenas tenía 3 años y tú acusaste a mi padre frente al gran
consejo de haber matado a tu mujer, motivo por el cuál lo condenaron al encierro en vida.
Víctor se quedó helado, ese muchacho era la viva imagen de
Carlo, el jefe supremo de los Hijos del Sol, el culpable de la muerte de la
muerte de Aleris y de muchos hijos del Sol y de la Luna en la Batalla de Luz
que ocurrió hacia casi 17 años.
-Eres la viva imagen de Carlo – respondió
- Si, por desgracia todo el mundo me lo dice- respondió
Damen con dureza- Todo el mundo me recuerda que soy igual que ese mounstro que
fue capaz de matar incluso a su propia mujer y te aseguro que este parecido no
me halaga lo más mínimo.
Esas palabras cogieron de sorpresa a Víctor, sabía que la
mujer de Carlo había fallecido en la misma batalla que su esposa, pero jamás
había imaginado que el tuviese nada que ver, hasta donde él sabía Carlo sentía
verdadera devoción por Kandra y su hijo; ese fue uno de los motivos por el cuál
no se defendió cuando el consejo lo condenó a la peor condena que existía, el
encierro en vida.
-Bueno ¿qué puedo hacer por ti Damen? – Preguntó Víctor-
Dudo que esta visita sea de cortesía.
-Tienes razón, no he venido de visita, sino que vengo como
portavoz de mi clan; acabamos de enterarnos de lo ocurrido en vuestro subclan
de Australia y no es el primer subclan atacado; los nuestros de Europa central
y Norteamérica han sido diezmados de la misma forma, al principio pensábamos
que erais vosotros pero después de ver como también os han atacado los ancianos
del consejo supremo creen que no tiene nada que ver con la guerra que libramos,
sino con un enemigo común a ambos clanes
- Un momento, no estarás dando a entender que ellos siguen
vivos, ¿verdad?- susurró Víctor con voz baja.
- Si – respondió de forma lúgubre- los ancianos creen que
los Shakarts siguen vivos.
-¡Eso es imposible!- rugió Víctor de forma violenta, se
levantó de forma brusca y cogió a Damen por el cuello- ¡Acabamos con ellos hace
décadas, no pueden seguir vivos! mira niñato, si esto es una invención tuya
para poder acceder a la fortaleza de mi clan te juro que te mato.
-Si no me crees, mira en mi interior y lo comprobarás por ti
mismo- jadeó Damen.
Víctor posó su mirada en los ojos verdes de Damen y entró
dentro de él, pudo ver la sala del consejo supremo, cómo los ancianos parecían
asustados y temerosos al conocer las noticias que los emisarios de ambos clanes
portaban y cómo le pedían al muchacho que fuese de inmediato en busca del otro
líder del clan…
-Suficiente- dijo Damen zafándose del agarre de Víctor Creo que ya te he demostrado que no miento,
sabes que es imposible engañar con la conexión.
- Cierto, pero sí que
se puede ocultar información
- Créeme, esto me hace tan poca gracia como a ti Víctor repuso Damen- Pero el consejo quiere que
dejemos las diferencias y el odio que ambos clanes tenemos a un lado y volvamos
a unirnos como lo hicimos antaño para poder derrotar a un enemigo común, sólo he
venido de parte de ellos para transmitirte el mensaje y ver si estás dispuesto
a firmar esa tregua.
- ¿Y por qué no han enviado al jefe de tu clan?- preguntó
Víctor recelosamente- Si este asunto es tan grave deberían haber enviado a
Abel, no a un crío
La mirada de Damen se ensombreció y apareció un rastro de
dolor mientras respondía
- Mi tío Abel murió en el último ataque de los Shakarts a mi
clan, ahora cae sobre mí el peso de dirigir a mi pueblo, soy el nuevo jefe de
los Hijos del Sol.
Víctor se quedó sin palabras, no entendía cómo los ancianos
habían permitido que un crío que apenas había alcanzado la madurez pudiese
gobernar a un clan, o de verdad era un líder nato y poseía grandes dones o
definitivamente los ancianos habían empezado a chochear; pero había visto la
verdad en sus ojos y aunque tenía la sensación de que le ocultaba algo más no
podía negar que había sembrado la duda en su cabeza.
-Está bien- respondió al fin- Dile a los ancianos que los
Hijos de la Luna estamos dispuestos a escuchar lo que tengan que decir y las
condiciones de la tregua.
-Gracias – Respondió Damen dirigiéndose hacia la puerta-
Pronto tendrás noticias de ellos para formalizar el acuerdo en el templo, ha
sido un placer conocerte al fin Víctor, ten un buen día.
Damen cerró las puerta del despacho dejando tras de sí a un
desconcertado y desconfiado Víctor que se preguntaba qué ocultaría aquél
asombroso joven que había tenido la osadía de hacer lo que nadie en veinte años
había hecho, mirarle a los ojos y desafiarlo.